Alfonso Suárez
El cuerpo como umbral ritual y testigo del dolor colectivo
Alfonso Suárez (1952 – 2020), nacido en Mompox, Bolívar, a orillas del imponente río Magdalena, es una figura seminal del arte contemporáneo colombiano cuya obra se despliega desde una perspectiva performática, simbólica y visceral.
Autodidacta desde la infancia, su práctica artística emergió de una íntima conexión con el paisaje ribereño y los rituales culturales de su entorno, nutrida por la sensibilidad popular y los imaginarios de la religiosidad mestiza del Caribe interior. Desde sus primeras acciones de Arte del Cuerpo en 1982, Suárez ha forjado un lenguaje profundamente personal, en el que el cuerpo se convierte en superficie de inscripción histórica, política y espiritual.
Su trayectoria incluye una destacada labor como docente desde 1990 en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena, donde ha sido pionero en la enseñanza de Técnicas de performance, consolidando una nueva generación de artistas atentos al cuerpo como vehículo expresivo y ético. En 1994, su consagración llegó con el Primer Premio del Salón Nacional de Artistas, reconocimiento que lo ubicó como uno de los precursores del arte de acción en Colombia.
Obras como El Ribereño (1997), 100% Frágil (1995) y Visitas y Apariciones (1993), premiadas en sucesivas ediciones del Salón Regional Zona Norte, dan cuenta de una exploración constante de las tensiones entre territorio, memoria y dolor. Asimismo, su participación en espacios como el X Salón de Arte Fotográfico Duchamp–Warhol (Medellín) y el XXX Salón Anual de Artistas Colombianos en el Museo Nacional de Bogotá, ha contribuido a expandir el reconocimiento de su trabajo en el ámbito nacional.
Uno de sus proyectos más emblemáticos, Hombre de Dolores, articula de manera potente las múltiples capas de su poética: el cuerpo doliente, expuesto y frágil, es simultáneamente altar, archivo y denuncia. En esta obra performática, el artista encarna el sufrimiento colectivo, recurriendo a gestos inspirados en los Nazarenos de la Semana Santa momposina.
A través de un lenguaje profundamente corporal, Alfonso Suárez nos confronta con el drama histórico del país: la carga de la guerra, el peso de la desigualdad, los rituales heredados de la colonia que aún estructuran nuestras violencias cotidianas. En palabras del artista: “No represento el dolor; lo padezco. Es el cuerpo el que sabe lo que la historia ha querido olvidar”.
Su obra se inserta, así, en una genealogía del arte ritual latinoamericano que, como en los casos de Ana Mendieta o Regina José Galindo, asume el cuerpo como campo de resistencia, duelo y enunciación. Alfonso Suárez no solo ha ofrecido un cuerpo para la memoria, sino que ha creado un espacio para que el dolor, ese que muchas veces se oculta bajo la escenografía oficial del progreso, pueda hacerse visible, poético y colectivo.